Ubicado en unas gigantescas instalaciones orbitales, el «Nido» constituye el núcleo de lo que conocemos como la «Agencia», su corazón si lo prefieres así. El lugar resulta inaccesible sin autorización de seguridad, que se entregan con cuentagotas. Aquí es donde uno encuentra las «incubadoras» y sus conocidas vainas, las estaciones de control de transferencia, las oficinas del D.T.T., las salas de misión y de informe y, muy importante, las duchas. De hecho, todo el mundo sabe, especialmente los novatos, que uno de los lemas de Bob es: «Id a ducharos antes del informe».
Tan pronto están secos, los agentes se ponen sus buzos T.I.M.E y se dirigen a la sala de reuniones a paso ligero. Hasta aquí, sin novedad. Pero hoy, en el pasillo, hay una pequeña multitud que impide la entrada. Una docena de hombres con uniformes oscuros, claramente soldados, conducen un carro sobre el que reposa una vaina de cristal reforzado. Intrigados, podéis ver restos de gelatina verduzca en los paneles de cristal. Una gema luminiscente flota en gravedad cero dentro del contenedor. Sin lugar a duda, es la misma gema que la que habéis traído de la Andalucía del s. XV.
Uno de los soldados se gira hacia vuestro grupo de mirones y os despide con un gesto —¡No se detengan! ¡Despejen la zona!
Vous jouez tous des coudes pour voir ce qui se passe derrière les hommes en noir. Pas de doute. Vous reconnaîtriez cette voix entre mille : c'est celle de Bob et son langage fleuri qui résonne. Il est clair que son échange avec les gars du S.S.U. a tourné court et qu'il vient d'en projeter un au sol, plutôt violemment.
En su gorra oscura se puede ver el logo y la abreviatura S.S.U. Vuestro grupo retrocede, bastante frustrado, dejando espacio para que los soldados maniobren y saquen la carga. Sin embargo, la escena pronto se ve interrumpida por unos gritos. Se escuchan protestas y gruñidos que salen de la sala de reuniones y, de repente, uno de los individuos uniformados acaba ¡cayendo de culo en mitad del pasillo!
Os abrís camino a empellones, intentando ver qué sucede tras los hombres de negro. No hay duda. Reconoceríais la voz y los juramentos de Bob en cualquier parte. Está claro que la conversación con los chicos del S.S.U. se convirtió en una discusión que acabó con Bob golpeando violentamente a uno de ellos.
—¡¡¡No cogéis nada sin hablar conmigo primero, y más os vale ser muy amables!!! —grita vuestro instructor.
No resulta exagerado que dos soldados le retengan mientras su compañero se pone en pie. Interviene un oficial. Es un tipo espigado de hombros compactos. Viste un quepí negro que oculta un cabello gris pulcramente cortado. Todos se detienen cuando escudriña la escena con su mirada.
—Os ruego que mantengáis la calma. ¡Se nos ha asignado esta misión y ahora yo estoy al mando! —dice, señalando la insignia cosida en su hombro como para reforzar su afirmación.
—¿Y cómo es eso? —murmura Bob, aún sujeto por los dos hombretones.
—La seguridad se ha visto comprometida —responde el oficial.
—¡Oh! ¿Y nadie se molesta en comentármelo? —pregunta la directora Quartes, quién llega a toda prisa seguido por algunos de sus colaboradores. No es una mujer que transmita emociones, pero aun así se puede ver que está muy cabreada.
—Señora directora, se me ha ordenado que retire la gema y la guarde en lugar seguro hasta que se retire el estado de alerta —afirma el oficial.
—¿Qué alerta? —pregunta, con sus grandes ojos mirando bajo el quepí del comandante del S.S.U.—¿Puede alguien explicarme que está pasando aquí
—Señora, se han producido varias anomalías…—El hombre se detiene al observar su audiencia, compuesta en su mayoría de recluta— ¿Podemos continuar esta conversación en algún otro lugar?
La directora Quartes afirma rápidamente con la cabeza, pero es obvio que Bob no está de acuerdo.
—Lo siento, directora, ¡pero de ninguna manera me va a dejar al margen de una misión de la que soy responsable! Y mis agentes tienen derecho a estar allí, tal y como se expone en el artículo 75…
Tras varios minutos de intimidaciones y recordatorios de reglas que son rechazados vehementemente por un muy irritado Bob, el oficial del S.S.U. finalmente se rinde y continúa:
—Bueno… Se han producido varias anomalías: transferencias concurrentes dentro de la misión,
receptáculos que no informaban al D.T.T. y, por lo tanto, sin autorización… —Quartes se gira hacia Bob cuyos brazos siguen firmemente sujetos.
—¿Sería tan amable de explicármelo, Calavicci?
—Sí —gruñe el instructor—, es cierto que se han producido transferencias adicionales no anticipadas. ¡No podemos prever todo! Las ratios que Laura nos proporcionaba empeoraban a cada minuto y perdimos contactos con nuestros agentes. Tuvimos que enviarles convectores urgentemente…
—O quizás has sido manipulado por los syaans —interrumpe el oficial—. Las transferencias sin ningún tipo de supervisión son muy convenientes ¿verdad?
—¡Oh, venga ya! ¡No es que tuviésemos todo el tiempo del mundo para rellenar el formulario BG-7276-Y y arriesgarnos a tener que sacar vegetales de las vainas!
—¡No son solo anomalías! —interrumpe el oficial de la S.S.U.—. Los registros se han interrumpido durante la transferencia. Creemos que ciertas entidades con metas diferentes a las nuestras pueden haber interferido con la misión.
—Comandante Sand, probablemente el instructor jefe Bob podrá demostrar su integridad —dice conciliador el profesor Ronn, quien hasta este punto había permanecido en un discreto segundo plano. El elegante anciano realiza un movimiento hipnótico con sus largas manos y continúa: —Estoy seguro de que hay una explicación racional. Mientras tanto, sería más sencillo y educado actuar siguiendo las instrucciones del Consejo. Deberíais saber que tenemos los mismos objetivos y que la seguridad nos preocupa tanto como a vosotros.
—Claro, profesor —reconoce el comandante-. Sin embargo, el protocolo implementado por el Consorcio me obliga a poner en cuarentena a todos aquellos implicados en la misión hasta que se lleve a cabo una investigación completa. Todo el mundo será aislado e interrogado por separado
—¡Seguro que sí! ¿y qué hay de mis derechos? ¿los pisoteamos? —pregunta Bob fuera de sí.
—Reconozco que las leyes de la Tierra le garantizan ciertos derechos, oficial Calavicci. Pero aquí, en la galaxia de Sculptor, prevalecen las leyes del Consorcio —afirma con ironía Sand mientras se recoloca su quepí y ordena con un gesto a los soldados de la S.S.U. que os rodeen.