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—Un día, cuando los syaans confíen en ti de verdad, podrás recordar. Mientras tanto, estás a prueba. Podrás contribuir a nuestro trabajo milenario y así probar tu lealtad. Nuestro proyecto estaba en marcha mucho antes que el de la Agencia. Nuestras esperanzas son mucho más creativas y ambiciosas. Has elegido seguir este camino de liberación, pero debes mantenerlo en secreto. Como hicimos todos. A cambio, te permitiremos saber más acerca de lo que está pasando.

Cuando salís de las vainas y comenzáis a fingir, vuestro instructor hace un breve comentario sobre el salto y os manda a las duchas. Os movéis cada uno en una dirección, con la cabeza gacha. En parte es por el mareo tras la transferencia, pero también por el sabor agrío del entusiasmo de Bob. Este se queda quieto, su cejo fruncido en un gesto de tristeza, observando como sus pequeños pupilos se van a las duchas.

Entre los agentes, algunos tienen dudas. En lo que a ti respecta, te das cuenta de que tienes las manos sudadas. No estás seguro de en qué te has metido. Empiezas a darte cuenta de que algunas decisiones de graves consecuencias se han tomado allí, en el siglo XV. ¡Dios! Tu cerebro va a cien y un pensamiento se abre paso en tu cabeza: ¡todos, sin excepción, sois unos traidores!

—«¡Basta!» —Te dices a ti mismo que no puedes entrar en pánico. Después de todo, sucedió hace mucho tiempo. Aquí, en el presente, serás capaz de dejarlo estar, de que se olvide.

Y allí, entre los huesos fosilizados, hay un inmenso cubo. Es ligeramente fosforescente y por sus paredes, de forma penas perceptible, discurren rápidamente letras. No puedes resistirte a un misterio. Se te pone piel de gallina según te acercas al cubo y, cuando lo tocas, sientes un leve cosquilleo. Inmediatamente hace que la habitación quede totalmente a oscuras o, mejor dicho, el hombre que aparece absorbe toda la luz.

La aparición lleva una capa larga y puedes ver pelo plateado bajo su capucha. Asombrado, intentas discernir si el hombre está realmente allí o es una imagen holográfica proyectada por el cubo. El extraño irradia un aura imperceptible… pero ¿es realmente un extraño? También eso es raro. Su cara te resulta familiar, como si estuvieses a punto de reconocerle, pero eres incapaz.

Cuando te despiertas has perdido toda noción del tiempo. Estás a oscuras, pero no sabes dónde. ¿Te quedaste dormido? ¿Entraste en coma? No entiendes cómo has acabado en esta habitación. No sientes el entumecimiento que ocurre a veces tras despertar de un sueño prolongado.

El lugar parece una oficina o, quizás, un estudio, repleto de cosas viejas apiladas por todo el sitio sobre baldas o en polvorientas vitrinas de cristal, como un cuarto de maravillas. Gracias a tu entrenamiento como agente reconoces varias antigüedades: una fotografía desvaída de Lewis Carroll, un busto de Heraclito y una réplica perfecta de la Persistencia de la memoria de Dalí. Solo que no es una réplica.

Un portazo te devuelve a la realidad: estás frente a las duchas, en la fase obligatoria de informe tras la misión. Todo tu grupo está allí y, con una mirada, puedes notar que todos habéis tenido la misma visión.

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